domingo, 25 de octubre de 2009

finalistas del concurso de getafe negro

Hola chicos,

Os copio a continuación el ganador del concurso de microrelatos getafe negro. Y los otros dos finalistas. El relato ganador es francamente bueno, los otros dos a mi en particular no me gustan.

Katarinahissen, de Carlos Rivero Moya

La sangre sobre la nieve es más roja, Inspectora. El invierno permite verla desde lo alto del mirador, asómese. Treinta y ocho metros para ser exactos, asómese. Dos o tres suicidas cada estación. Los subo en mi ascensor hasta el cielo de la bahía y los pierdo de vista, apenas se quedan a solas con Estocolmo. Por qué saltan es un misterio, Inspectora. Yo soy un simple ascensorista. Trabajo detrás del paseo del indeciso, el turista ignorante del momento propicio para saltar, los ojos fijos en la espalda del que se asoma sin sospechar que puede ser la última vez. Asómese.

Aún no es invierno, de Lino García Morales

La sangre sobre la nieve es más roja. Pero aún no es invierno y el cielo es más azul y la yerba más verde. Lars habla con Olof que aún no es un asesino. Sólo conversan de lo hermoso que ha sido el verano. Helga aún no es una víctima y juega sobre la yerba mientras Olof disfruta viéndola crecer. Lars aún no es un violador y contempla a Helga con inquietud. Dahl aún no está loca y llama a los hombres a comer y sonríe a su hija de apenas cuatro años. El hacha, a su lado, aún no es el arma del crimen. Olof la afiló ayer para cortar la leña. El verano se acaba. Sólo saben que en el invierno volverán a encontrarse en este sitio verde donde la nieve aún no es blanca ni el cielo gris.

La moqueta, de Elena García Palomo

La sangre sobre la nieve es más roja, murmuró y se quedó mirando cómo las gotitas caían una a una al lado del rosal. Había salido al jardín para rescatar a su pequeño troll después de lanzarlo en paracaídas desde la ventana de la habitación. —Mamá, mamá. Me he pinchado, con el rosal. —Quítate los zapatos, Magnus, y ponte una tirita, que vas a manchar la moqueta —dijo su madre sin mirarlo. Vas a manchar la moqueta, vas a manchar la moqueta, vas a manchar la moqueta, repetía con un soniquete burlón mientras se dirigía al baño para curarse el dedo. Veinte años después, mientras arrastraba por el jardín el cadáver de su madre, esa escena emergió del olvido con todo detalle. La había matado sin ensuciar la moqueta. Ella no le habría hecho ninguna observación.

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Bloguzz